lunes, 9 de diciembre de 2019

INSTALACIONES ARTÍSTICAS DE BILL VIOLA

Bill Viola nació en Nueva York, en 1951 y es uno de los artistas estadounidenses especialistas en videoarte más reconocidos.

Trabaja con medios electrónicos, ambientes auditivos, perfomances de música electrónica y vídeo-instalaciones, siendo estas últimas la parte más conocida de su obra. En ellas se tratan temas como los ciclos vitales, el nacimiento o la muerte y aparecen, de manera recurrente representaciones oníricas.






Sus obras se inspiran en la espiritualidad, la filosofía zen, el sufismo, el maoísmo y la exploración del conflicto de la mística del medievo.
En sus videos crea construcciones temporales complejas llenas de simbolismo y algunos elementos narrativos, siempre con una imagen poética.

Realizó sus estudios y se graduó en estudios experimentales en la Universidad de Siracusa, centro pionero en la utilización de nuevos medios de expresión.



 
                           



Comienza a trabajar con video a principios de la década de 70. Sus primeras obras son, según el propio autor, "didácticas, basadas en el propio medio" y se desarrollan de forma paralela a una creciente preocupación por la percepción, el funcionamiento de la memoria, el misticismo, el paisaje y las culturas no occidentales, producto de un interés personal incentivado por sus continuos viajes fuera de los Estados Unidos.


Entre los años 70 y 80, sus ideas y su capacidad técnica experimentan un impulso, debido en parte al desarrollo de los medios audiovisuales y a su propia evolución en el plano personal.
Su obra cambia radicalmente hacia la necesidad de encontrar una solución al conflicto existencial del hombre con su entorno.

Entre sus exposiciones, destacan “Hatsu Yume”, en Japón, y “Bill Viola, Las Horas Invisibles” organizada por el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en la Alhambra de Granada (España). En 2005, la Fundación La Caixa expuso en Madrid y otras ciudades españolas las piezas más destacadas de su proyecto dedicado a Las Pasiones.



Pertenece a una generación de artistas americanos para la que el arte y la técnica experimental iban de la mano, como en el Renacimiento. Una época y un contexto (Nueva York y California) en la que el arte se enorgullecía de ser ´´experimental´´pero que, al mismo tiempo, planteaba un gran interrogante sobre la naturaleza de la evidencia empírica misma en relación con su representación.


Sus obras de son fruto de la combinación de una cosmología privada y una serie de símbolos o acontecimientos simbólicos que condensa en entramados visionarios de estructuras concéntricas, emulando el ciclo del nacimiento, vida, muerte y renacimiento. Los sonidos o ruidos remiten a la realidad física inmediata, que habla del contexto de la existencia personal, aunque después estas referencias a lo fenomenológico trasciendan las apariencias y se conviertan también en símbolos de carácter metafísico. En todos sus trabajos, Bill Viola se incorpora como sujeto que representa a otros sujetos, un individuo perceptivo, pensante y sensible, para alcanzar un conocimiento de su propio yo y de la forma en que la humanidad y el mundo se relacionan entre sí. Frecuentemente interviene a la vez como actor y como cámara, y otras veces es el objeto perceptivo en sí mismo, con la cámara convertida en un “ojo interior” que describe la existencia en forma de situaciones espacio temporales reales. Pero lo más habitual es que estas situaciones de la vida real se transformen, mediante diferentes fases, en complejas unidades audiovisuales de acciones de carácter más intemporal. Los procedimientos para lograr esta transformación incluyen el paso de las cintas a diferentes velocidades, por ejemplo, acelerando o ralentizando gradualmente la sucesión de imágenes hasta llegar a un ralentí extremo (en obras como ANIMA, un minuto de grabación se ha expandido a ochenta y dos minutos de proyección), que da como resultado un sorprendente encuentro entre la quietud y el movimiento.


En el viaje iniciático que supone la visita a cualquiera de las exposiciones de Bill Viola, lo primero que llama la atención es el cambio que introducen en el contexto del museo estos nuevos medios de fuerte impacto emocional: en primer lugar, es la misma obra de arte la que ilumina la estancia oscura, y no una luz externa a ella como ocurre normalmente en un museo tradicional. Boris Groys estudió brillantemente que, con la entrada del audiovisual en las galerías de arte, la luz no es ya propiedad del que observa sino que es manejada absolutamente por el artista. Al tratarse de obras esencialmente luminosas, la luz se planifica en la misma elaboración del documento audiovisual, y se controla en la proyección, para imponer el grado de intimidad y clima más apropiado a los intereses del creador. Con la luz, se condiciona, por tanto, la mirada del espectador. El artista se reserva también el control del tiempo de esta mirada, algo que tampoco ocurre en las artes fijas. Las nuevas artes visuales incorporan su propio tiempo de observación, por lo que el arte que se genera, aunque se exhiba en un museo, está muy estrechamente relacionado con la vida, en la que existen también momentos más o menos importantes, y uno puede perderse lo mejor.



Su contenido sigue un esquema narrativo sencillo, como narrado en sueños. El  propio artista aparece como un personaje que duerme, a intervalos rítmicos entre series de imágenes más confusas que pueden interpretarse como recuerdos o ensoñaciones. Su respiración ruidosa se convierte en un eitmotiv  y en el único vínculo con la realidad física. A veces, la respiración se acelera y adquiere un ritmo más rápido,  y en varias ocasiones, la intensidad de algunas escenas hace que el artista se despierte por un momento, para volver a dormirse después. Las imágenes principales se componen de acontecimientos o situaciones sacadas de su vida cotidiana (con presencia de su familia, la madre especialmente), así como varios paisajes nocturnos en el desierto de Nevada, en UTA o en los alrededores de los Ángeles. Pero estas secuencias documentales se llenas de simbolismo: un caminante se dirige desde la luz (símbolo de la vida) hacia un túnel oscuro que es antesala de la muerte, de lo desconocido. Una madre enciende una vela para su hijo y su nieto (genealogía de la luz de la vida, que a su vez está hecha de materia y espíritu: cera y fuego), luz que finalmente llena todo el espacio (como la Luz eterna, símbolo de la verdad divina), etc. Aparecen también tomas subacuáticas cargadas de gran expresividad visionaria: un hombre saliendo del agua, que se identifica tanto con una imagen embrionaria como con la añorada experiencia del Nirvana o el Paraíso.



Por otra parte, porque el tiempo de la contemplación que elige el espectador no necesariamente coincide con el planificado por el artista, cada ciclo es distinto para el que observa, aunque las proyecciones se repitan constantemente. El propio Bill Viola consigue con su obra que un fragmento de tiempo más o menos autobiográfico, al ser.

Sin embargo, lo más habitual en las más recientes instalaciones museísticas de Bill Viola no es el documento sino el artificio. Esto es, a la utilización contemplativa de los espacio y del tiempo propio de los medios audiovisuales ya comentada, se han sumado también otras soluciones tomadas de la misma industria audiovisual que impide la contemplación fuera de los muros del museo: los del cine más comercial de Hollywood, de rodaje en estudio, con luces artificiales, atrezzo, actores profesionales, sorpresas espectaculares, etc.. 

The Passions es quizás el mejor ejemplo de esta nueva orientación seguida por Viola después de su estancia de un año en el Getty Research Institute, en convivencia cercana con críticos e historiadores del arte. Se trata de una serie de obras que buscaban explorar las pasiones humanas, como tema universal de la pintura desde el Renacimiento. Esta exposición mezcla la representación del rostro y las manos en un  pequeño formato, con otras obras más ambiciosas, en las que se experimenta también con el movimiento y las relaciones de figuras vivas en el espacio.

 

Renacimiento. 

Esta exposición mezcla la representación del rostro y las manos en  pequeño formato, con otras obras más ambiciosas, en las que se experimenta también con el movimiento y las relaciones de figuras vivas en el espacio. Llama la atención que no parece una muestra de vídeo tradicional, organizada como instalación o environment 
Así como en los trabajos anteriores, la sala misma se convierte en la obra de arte (no hay objeto sino luz, sonido y presencia), con este nuevo trabajo, lo que se exhibe cuelga sobre el muro o se muestra en pequeñas cajas con sus marcos, como objetos preciosos que son a la vez ventanas abiertas a otra realidad.







Bill Viola juega con la imagen del díptico, tan frecuente en el arte religioso, disponiendo las piezas en bisagra sobre un soporte.

 Generalmente se trata de figuras aisladas que expresan sus emociones en un tiempo tan lento que es preciso mirar hacia otra parte para percibir los cambios que se han producido en sus expresiones.  Entonces, al caer en la cuenta de esta sorpresa, se produce la ilusión (del latín illudere, juego) de la que hablaban los clásicos y renacentistas, con el efecto añadido del movimiento que proporcionan las texturas luminosas de estas imágenes digitales de altísima definición. De hecho, esta referencia a la historia de la pintura es posible solo por obra y gracias de los nuevos desarrollos tecnológicos. La pantalla LCD de un portátil o las pantallas ultrafinas de plasma presentan una imagen en alta resolución sin líneas de escáner, un campo de información infinitamente variable; una imagen que invita a tocarla o habitarla físicamente, en vez de proyectarse de modo incorpóreo, como en otros trabajos más monumentales. Cambia también la presentación de estos soportes, que se hace en silencio, como la pintura.







 














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