INSTALACIONES DE EXTERIOR
Desde siempre ha estado flanqueando la ciudad y precisamente
por la colina Ekeberg de Oslo paseaba Munch cuando se inspiró para crear
"El grito". Pero en 2012 este espacio natural se convirtió en un
museo al aire libre, y ahora no podemos dejar de recorrer el Parque Ekeberg
para disfrutar del arte y de las mejores vistas de Oslo.
En total, el parque alberga más de 30 esculturas e
instalaciones de los más conocidos artistas, figuras universales como Salvador
Dalí, Auguste Rodin, Gustav Vigeland... pasando por figuras del arte
contemporáneo como Sarah Lucas, Marina Abramović, James Turrell... Dejándonos
llevar por los senderos y caminos de la colina, descubriremos no solo las
sorprendentes esculturas sino verdaderos miradores a Oslo y al fiordo.
También podemos seguir el plano si no queremos dejarnos
ninguna de las instalaciones o de los rincones de interés, pero os recomiendo
explorar un poco este espacio, que es bastante abarcable y nos depara muchas
sorpresas.
Entendemos que, antes de que se convirtiera en este museo al
aire libre, se decidiera que la colina fuera un parque de recreo para los
habitantes de Oslo, y así fue desde 1889. No obstante, entrada la década de
1930 la colina sufrió el abandono y no fue hasta 2012 cuando, por suerte y
gracias a un ambicioso proyecto urbanístico de inversión privada, este espacio
se ha recuperado. Y a lo grande.
Nada más entrar al parque nos atrapan las vistas a Oslo y al
fiordo salpicado de islas, junto a las bonitas casas rodeadas no sabemos muy
bien si de jardín o de bosque y las esculturas más fotogénicas que incluyen dos
Venus de Pierre-Auguste Renoir y de Dalí, del clasicismo al surrealismo.
Recorremos los senderos ascendiendo poco a poco y nos
introducimos en otras esculturas que juegan con el paisaje, con los reflejos,
con la luz, hasta llegar a nuevos miradores, con extensos campos verdes que nos
permiten descansar a contemplar el paisaje, si los preferimos a los bancos.
Nos perdemos entre los árboles y descubrimos el más remoto
pasado de Oslo, con restos de interés desde la Edad de piedra (sitios de
enterramiento y restos de arte megalítico rupestre) a la época vikinga o el
lugar donde hubo un cementerio de soldados alemanes durante la Segunda Guerra
Mundial.
Nos vamos cruzando con distintas esculturas, algunas con
sorprendentes efectos ópticos, otras con sonido (¡vaya susto la farola
parlante!), piezas con movimiento y hasta nos salen al encuentro montajes
audiovisuales que se incorporan a la roca y al bosque como si tal cosa.
Y cómo no, vamos a encontrar las obras de arte en perfecto
estado de conservación, se nota que estamos en un país nórdico y me pregunto,
¿cuánto duraría algo así en España?
Una parada importante es la que se ha creado en honor a
Edvard Munch. Y es que Ekeberg forma parte indisoluble de su obra y a ella
hemos de dirigirnos si queremos seguir las huellas de Munch en Oslo. El artista
noruego paseaba por esta colina cuando, de la compañía de dos amigos, se quedó
impresionado por los colores rojizos del cielo sobre Oslo y el fiordo y sintió
una gran angustia. Es lo que vemos reflejado en "El grito" y así lo
explicaba su autor:
Paseaba por un sendero
con dos amigos - el sol se puso - de repente el cielo se tiñó de rojo sangre,
me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio - sangre y lenguas de
fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad - mis amigos
continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito
infinito que atravesaba la naturaleza.
Pues bien, en el punto en el que sucedió esta anécdota que
inspiró una de las obras pictóricas más universales, la artista Marina
Abramovic creó "El Grito", "The Scream", que en 2013 fue
una interesante (y sonora) performance protagonizada por 300 oslenses y que hoy
nos invita a situarnos en ese mismo lugar y, de espaldas a Oslo, como la
inquietante figura del cuadro, gritemos con la mayor fuerza posible.
En el Parque Ekeberg hay un restaurante, un Museo (en la
bonita Lund's House), un espacio de diversión para los niños "the climbing
park", muy bien integrado en el paisaje) y en lo alto de la colina hay un
camping y una granja de animales. También existe la posibilidad de pasear a
caballo por algunos caminos de la colina y todo el año se ofrecen visitas
guiadas.
Desde el centro de la ciudad la colina está algo alejada, si
queremos guardar fuerzas o si el tiempo no acompaña, podemos llegar a la base
del parque con el autobús 34 (dirección Ekeberg Camping), el autobús 74
(dirección Ekeberghallen) o en los tranvías 18/19 (a Jomfrubråten) y pasar
perfectamente una mañana o una tarde explorando Ekeberg. La entrada al parque
es gratuita.
La situación
privilegiada del Parque Ekeberg de Oslo hace que sea un lugar ideal para pasear
en familia, hacer un picnic o aprovechar para jugar al balón, correr, ir en
bici..., desafiando las subidas y bajadas en los senderos, envueltos en plena
naturaleza, sin importar demasiado la temperatura (emulando a los noruegos) y
con un gran regalo adicional: las mejores vistas de la ciudad.
Parque de los Monstruos
En la Villa de Bomarzo, antiguo asentamiento etrusco y hogar
de la poderosa familia de los Orsini, se encuentra una de las creaciones más
fabulosas del Renacimiento italiano. El Parque de los Monstruos es una
experiencia estética y sensitiva y un misterioso camino de iniciación,
flanqueado por fuentes, estatuas y arquitecturas que surgen de la piedra, hacia
significados esquivos, quizá ilusorios, pero siempre estimulantes.
Su originalidad es absoluta, y así lo hizo saber su
principal responsable. Pier Francesco Orsini quería un parque “que no se
pareciese a otro más que a sí mismo”. Hasta qué punto Bomarzo pueda ser un
reflejo de los fantasmas y las obsesiones de su creador o un juego de puzzles y
adivinanzas es un misterio para nosotros, pero merece –y mucho– la pena
explorarlo.
Como no se trata de un examen, ni parece haber una única
respuesta correcta a los enigmas de Bomarzo, lo haremos ayudados por varios
guías. Entre ellos, uno de los intérpretes más notables que ha tenido el Parque
de los Monstruos, el argentino Manuel Mújica Laínez, autor de la novela que
lleva por nombre Bomarzo y que reconstruye la vida de Pier Francesco –Vicino–
Orsini. Una novela fantástica que alimentará las ganas de visitar este precioso
rincón del Lazio.
El Parque se encuentra en un terreno irregular, surcado de
pequeños riachuelos y saltos de agua. De su suelo surgen grandes moles de una
piedra volcánica llamada peperino que fue aprovechada magistralmente para
esculpir las abundantes obras que lo decoran.
Se construyó en la época final del Renacimiento, un tiempo
de sofisticación, de exploración y de juego que en el ámbito artístico se
conoce como manierismo. El Papado ya no era tan sagrado, el idealismo
clasicista del pleno Renacimiento estaba agotado, y por doquier surgían
propuestas nuevas y exuberantes como la Villa d’Este de Tívoli, la Villa
Demidof de Pratolino o el Palacio Farnese de Caprarola. El Parque de Bomarzo es
quizá la más radical de todas estas obras radicalmente originales. Citamos a
Mújica Laínez:
El arquitecto escultor vislumbraba las decoraciones de mi
castillo de acuerdo con los principios caros a los manieristas, que daban
primacía al diseño sobre el colorido y que exaltaban el concepto neoplatónico
de la idea, de la imagen interior, por encima de las trabas del naturalismo
esclavizante. Era el suyo un arte sabio, refinado, afirmado en las
singularidades fantásticas y en el encadenamiento insólito, casi burlón, de los
detalles realistas minuciosos dentro de un ambiente de esencia irreal.
Abandonado durante siglos tras la muerte del duque y la
decadencia de los Orsini, el Parque fue redescubierto a principios del siglo XX
en un estado de plena simbiosis entre arquitectura y naturaleza. La vegetación
había invadido las estatuas y las había decorado de una manera desordenada y
salvaje, dibujando un aspecto irreal y romántico. Sin un recorrido fijo o una
lógica clara, el Parque es un espacio donde deambular sin rumbo en busca de
nuevas sorpresas.
Un ambiente de esencia irreal, eso es Bomarzo y así merece
ser visto. Hay que dejarse llevar y concentrarse en disfrutarlo, pero saber
mantener una distancia crítica, una cierta sprezzatura, para no tomárselo
demasiado en serio, pues la broma y el equívoco le son consustanciales .
El bosque sería el Sacro Bosque de Bomarzo, el bosque de las
alegorías, de los monstruos. Cada piedra encerraría un símbolo y, juntas,
escalonadas en las elevaciones donde las habían arrojado y afirmado milenarios
cataclismos, formarían el inmenso monumento arcano de Pier Francesco Orsini.
Nadie, ningún pontífice, ningún emperador, tendría un monumento semejante. Mi
pobre existencia se redimiría así, y yo la redimiría a ella, mudado en un
ejemplo de gloria.
Pier Francesco Orsini había heredado el Ducado de Bomarzo
del condottiero Gian Conrado Orsini. Lo que no heredó fue el oficio ni el gusto
por la guerra. Fue un mecenas culto y sensible vivió rodeado de humanistas –como
Aníbal Caro– y cultivó la poesía, las artes y el pensamiento. La muerte
prematura tanto de su mujer (Giulia Farnese) como de su primogénito le sumió en
una profunda tristeza y se subrayó su carácter solitario. Desde entonces se
refugió, aún más, en Bomarzo, y dio rienda suelta a sus sueños y pesadillas.
Aquí y allá, las rocas de Bomarzo emergían de la broza, como
los restos de un naufragio que zozobraban en un oleaje de ramas turbulentas.
Esas rocas grises encerraban la materialización de mis sueños. Era a ellas a
quienes habría que atacar una a una, como si fuesen endriagos, hasta vencerlas.
Pero no; no se trataba de vencer; no se trataba de dragones. Cada roca
representaba para mí y para mis recuerdos un personaje encantado. El personaje
permanecía prisionero bajo la costra. Había que liberarlo y ganar su amistad.
Sería un trabajo bello y duro, este que consistiría en devolverle a Bomarzo sus
desusados custodios, la guardia del duque Pier Francesco Orsini.
La cabeza de Proteo, o de Glauco
Entre las primeras grandes obras del Sacro Bosque se nos
presenta esta cabeza espeluznante, que se ha identificado como Proteo y también
como Glauco, el pescador que comió una hierba mágica y se convirtió en un
horrible monstruo del mar.
Proteo era un dios marino (“primero”, “primordial”) entre
cuyas habilidades destacaba la de predecir el futuro. Pero, para que lo
hiciera, el interesado debía antes capturarlo, y Proteo cambiaba de forma para
intentar evitarlo.
La figura, que es por fuera horrible, agresiva, feroz, alberga
en su interior un cómodo banco para el descanso y la contemplación. Y en su
cabeza porta una bola del mundo, tradicional símbolo del dominio –en este caso–
de los Orsini, que sobre la esfera colocan su castillo.
Jardín de la Fundación Maeght
"Sí, querido Joan, construiremos un lugar único en el
mundo, que permanecerá en el tiempo y en las conciencias como el testimonio de
nuestra civilización que, a través de las guerras y de los cambios sociales y
científicos, habrá dejado a la Humanidad uno de los más puros mensajes
espirituales y artísticos de todos los tiempos", escribió Aimé Maeght a su
amigo Joan Miró en agosto de 1939. "Son esos testimonios los que quiero
hacer perceptibles para las generaciones que nos seguirán y enseñar a nuestros
nietos que, en esta época materialista, la inspiración sigue presente y muy
eficaz gracias a hombres como nosotros".
Ese lugar "único en el mundo" al que se refería el
galerista parisino en su carta al artista español se llama hoy Fundación Maeght
y celebra durante todo este año su 50 aniversario repasando su historia a
través de la obra de los creadores que han pasado por allí. Tras la muestra
consagrada al arquitecto catalán Josep Lluis Sert, que diseñó este espacio
insólito en la Costa Azul francesa, 'Face à l'oeuvre' es la segunda de las tres
exhibiciones con que el director actual de la Maeght, Olivier Kaeppelin, ha
querido honrar medio siglo de compromiso con las artes de vanguardia.
"Ceci n'est pas un musée" ("Esto no es un
museo"), proclamó André Malraux, parafraseando quizá el famoso cuadro de
René Magritte Esto no es una pipa cuando, en su condición de Ministro de
Cultura del general De Gaulle, vino a Saint-Paul de Vence (Alpes Marítimos), en
el verano de 1964, para inaugurar las espectaculares instalaciones. "Aquí
se ha intentado algo que no se había intentado nunca: crear instintivamente y
desinteresadamente un universo en el cual el arte moderno pueda tener su sitio
y ese otro mundo que antaño se llamaba lo sobrenatural".
Las palabras del autor de 'La condición humana' siguen hoy
más vigentes que nunca en lo que concierne a este lugar mágico, alejado del
tiempo y del espacio, escondido entre pinos y lavandas en un terreno de seis
hectáreas en una colina del arrière-pays niçois al que acuden en peregrinación
cada año más de 200.000 devotos. No es para menos, ya que la fundación -la
primera declarada de interés público en Francia- es un proyecto romántico,
humanista y absolutamente utópico que sobrevive sin financiación pública ni
mecenazgo privado directo, gracias a la venta de entradas, catálogos, postales,
carteles y litografías, objetos que proporcionan el 80% de los ingresos.
"Marguerite y Aimé Maeght lo concibieron como un
espacio en el que acoger a sus talentosos amigos y exponer unas obras creadas
muchas veces in situ", recuerda Kaeppelin. El matrimonio acababa de
enterrar a su segundo hijo, Bernard, fallecido tempranamente en 1953, y decidió
trasladarse al sur para cambiar de aires. Con el objeto de superar el mal
trago, Georges Braque y Fernand Léger les animaron a poner en marcha este
proyecto.
"Cuando Braque vino a verme a Saint-Paul, un mes
después de la muerte de nuestro hijo, yo estaba profundamente
desesperado", contaría más tarde Aimé Maeght. "Si tienes tantas ganas
de hacer algo al margen del comercio del arte, hazlo aquí. Crea un lugar sin
ánimo de lucro que nos permita a los artistas exponer en las mejores
condiciones de luz y de espacio. Hazlo y yo te ayudaré", le exhortó
Braque. El resto es historia.
"Estaremos todos juntos y ocurrirán cosas", le
dijo un día Aimé a Joan Miró. La idea inicial era de la hacer un 'village'
privado para artistas, pero el genio surrealista convenció al marchante de que
lo mejor sería hacer un centro de arte público con casas de invitados anexas.
Una vez de acuerdo, tan sólo hacía falta encontrar al arquitecto que fuera
capaz de dar forma a ese sueño.
Fue precisamente Miró quien recomendó a Josep Lluis Sert,
que en 1956 había diseñado el taller del artista en Palma de Mallorca. Los
Maeght acudieron a la isla para visitar el edificio y quedaron impresionados
por el racionalismo «sureño y mediterráneo» y el compromiso con el entorno que
ponía en sus planos este discípulo aventajado de Le Corbusier. "Sert fue
un arquitecto muy pegado a la tierra. Siempre estuvo más cerca de los creadores
que de la industria. Nunca olvidó el factor humano", explica Kaeppelin.
"Por eso era obligatorio, al festejar los primeros 50 años de vida de la
fundación, dedicar la exposición inicial a El arte y la arquitectura de Josep
Lluís Sert. Teníamos que rendir tributo al hombre que inventó este espacio
dedicado a la innovación, el diálogo y la armonía".
Luz mediterránea
Un recorrido por este enclave permite apreciar la pasión que
el hacedor del Pabellón de la República Española en la Exposición Universal de
París (1937) puso en este encargo que marcó un antes y un después en su
carrera. Exiliado en Estados Unidos, donde terminaría siendo decano de la
Facultad de Arquitectura de Harvard, Sert concibió en las afueras de Saint-Paul
de Vence un conjunto de edificios de ladrillo, piedra y hormigón
interrelacionados entre sí, diseñados para que un sistema de claraboyas y
ventanas cenitales permitiera iluminar las salas y las obras expuestas con la
luz natural del Mediterráneo.
El complejo arquitectónico se completa con el patio de
Giacometti, el laberinto de Miró, los murales de Chagall y Tal Coat, la fuente
de Bury, la vidriera de Braque y una biblioteca de más de 20.000 volúmenes.
"En su momento, las autoridades locales nos negaron el permiso para construir.
No les hacían gracia el proyecto ni los planos de Set. Tuvimos que recurrir a
Malraux", evoca Kaeppelin. "15 años después, cuando quisimos hacer
una ampliación, el alcalde nos denegó el permiso. Ahora estamos pendientes de
que Adrien -el hijo de Marguerite y Aimé- venda una escultura de Calder para
construir debajo del patio Giacometti una sala polivalente subterránea en la
que acoger una programación de vídeo y teatro, pero también eventos privados
que nos ayuden a sobrevivir".
"Ni museo, ni centro de arte", como dijo en su día
Malraux, la Fundación Maeght ha sido, durante este medio siglo de actividades,
mucho más que un espacio expositivo, ya que la capacidad de convocatoria del
matrimonio durante sus años gloriosos -ella murió en 1977 y él, en 1981- atrajo
durante décadas a este rincón perdido de la Costa Azul no sólo a sus íntimos
Miró, Calder, Braque, Chagall, Léger, Giacometti o Chillida, sino también a
creadores ajenos al mundo plástico, convirtiendo los jardines de la fundación
en un must de las artes escénicas, el jazz, la poesía y la danza.
Bajo la supervisión de su hijo Adrien -hoy presidente de la
fundación-, en las noches estivales de Saint Paul de Vence ha podido verse,
desde 1965, al coreógrafo Merce Cunningham y a los músicos Mstislav Rostopóvich,
Ella Fitzgerald, Terry Riley, La Monte Young, Sun Ra o John Cage, que han
contribuído a cimentar la leyenda pluridisciplinar de este lugar donde, como
señaló Malraux el día de la apertura, "los cuernos que Miró reinventó con
su increíble fuerza onírica han creado una relación inédita con la
naturaleza".
Para no olvidar esta faceta abierta a todas las expresiones
creativas, la tercera y última exposición conmemorativa del 50 aniversario
lleva por título 'Esto no es un museo' (Malraux 'dixit') y honrará esta faceta
menos conocida de la fundación desde el 29 de noviembre de 2014 hasta marzo de
2015. Pero antes, el visitante que acuda a este rincón fascinante puede, además
de perderse en el jardín surrealista, descubrir la evolución de su política expositiva
mediante la muestra 'Face à l'oeuvre', en la que el director de la Maeght -que
ejerce como comisario para la ocasión- ha intentado resumir más de un centenar
de exhibiciones memorables en un recorrido más temático que cronológico, no
exento de guiños a la pareja fundadora.
"Habría sido muy fácil montar la exposición de verano
como un 'best of' formado exclusivamente por grandes nombres. Pero no sería
consecuente, ya que estaríamos olvidando el componente de riesgo que los Maeght
ponían en algunas de sus apuestas", explica Olivier Kaeppelin. "Por
supuesto que el público encontrará estos meses en nuestras salas a Francis
Bacon, Miquel Barceló, Pierre Bonnard, César, Eduardo Chillida, André Derain,
Otto Dix, Jean Dubuffet, Lucien Freud, Hans Hartung, Vassily Kandinsky, Henri
Matisse, Antoni Tàpies y el resto de creadores antes mencionados relacionados
con la casa, con algunas de las grandes obras que han marcado su historia. Pero
también hemos querido conscientemente reivindicar nombres más sorprendentes o
discutibles, como Ubac o Tal-Coat, muy valorados en su día y que ahora la
crítica ha enviado a lo que llamamos el purgatorio, o gente como François
Fideler, Gérard Gasiorowski o Lars Fredrikson, que encarnan la valentía, la
sensibilidad, la vocación de descubrimiento y la voluntad de riesgo de esta
inimitable institución".
INSTALACONES ARTISTICAS DE INTERIOR
Aunque
existen diversos lugares donde exponen instalaciones artísticas de interior he
visto conveniente recoger un número limitado de lugares específicos para no
endurecer la lectura de mi entrada.
Nueva Tate Modern (Londres, Reino
Unido)
La famosa Tate Modern acaba de abrir las puertas de su nuevo
edificio, una pirámide de ladrillo de firmada por los arquitectos suizos Herzog
&DeMeuron situada justo detrás de la famosa galería del South Bank, al sur
del Támesis. Tan alta como la antigua central eléctrica que alberga la galería
original, la nueva ampliación expone en sus 11 plantas centenares de obras,
muchas de ellas ocultas durante años en sus sótanos.
La nueva estructura recuerda a una de esas torres defensivas
que salpican la costa oriental británica. Un espacio en que se expondrán obras
de artistas del siglo XX, como Pablo Picasso, Joseph Beuys y Mark Rothko, junto
con otros por los que la Tate ha apostado y no exentos de polémica, como
Meschac Gaba, Cildo Meireles y Apichatpong Weerasethakul.
Abajo, los viejos tanques de petróleo de la central
eléctrica acogerán piezas interactivas y performances. En esta nueva ampliación
se obtiene además una inmejorable vista desde la terraza panorámica del último
piso, una atracción turística en sí misma. Hay espacio para más actuaciones en
vivo, pero también para películas, fotos e instalaciones.
La galería arranca este verano con una retrospectiva de
Georgia O’Keefe, la primera muestra de su trabajo en el Reino Unido durante 20
años. La obra imprescindible: el tríptico Agosto 1972 de Francis Bacon, una de
las obras más llamativas de la Tate. Sorprende el tratamiento desgarrador y
sombrío de Bacon a la muerte de su compañero George Dyer.
Whitney (Nueva York, EEUU)
El Museo Whitney de Arte Americano de Nueva York, en el
Meatpacking District de Manhattan, está dedicado con pasión al arte americano
moderno de Estados Unidos y se ha convertido en una parada esencial para los
amantes del arte que visitan Nueva York. El Whitney no oculta su voluntad de
provocar, empezando por su imponente edificio brutalista proyectado por el gran
Renzo Piano, que alberga obras de maestros del siglo XX como Edward Hopper,
Jasper Johns, Georgia O’Keeffe y Mark Rothko. Además de las exposiciones
temporales, en los años pares organiza una bienal, un ambicioso repaso al arte
contemporáneo pocas veces exento de controversia. Aquí están los grandes
nombres del arte americano, como Willem de Kooning , Edward Hopper y George
Bellows, codeándose con las nuevas instalaciones, esculturas y performances,
todo ello en un edificio que en sí es una obra de arte.
Este verano, por ejemplo, hasta el 25 de septiembre, se
puede ver la exposición Mensaje para el espectáculo futuro, de Danny Lyon, que
presenta 175 fotos de marginados de la sociedad estadounidense. Entre las obras
imprescindibles del museo: Domingo por la mañana temprano, de Edward Hopper,
una pintura de la Séptima Avenida de Nueva York en 1930, que es una de sus
obras más famosas, evocando lo inquietante de un momento aparentemente
tranquilo.
Una mirada al sur MALBA (Museo de
Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Argentina)
Con sus resplandecientes paredes de cristal, el MALBA (Museo
de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) es el más elegante de la capital
argentina. Su objetivo es simple: acoger el mejor arte moderno de artistas de
toda América Latina y para ello no solo incluye a los clásicos como Frida Kahlo
y Diego Rivera, sino a un conjunto diverso de artistas. También encontraremos
obras de vanguardia de Emilio Pettoruti y Xul Solar Alejandrio, pinturas que
muchos visitantes de fuera de América del Sur van a ver por primera vez. Este
año, hasta octubre de 2016, la principal exposición es la retrospectiva del
escultor argentino Alicia Penalba. Una obra imperdible del museo:
Manifestación, de Antonio Berni, una pintura evocadora de una manifestación de
trabajadores.
Minimalismo y arte pop
MMK (Fráncfort, Alemania)
El reputado museo de arte moderno de Fráncfort, el MMK,
apodado el “trozo de pastel” por su inconfundible forma triangular, se centra
en arte americano y europeo desde la década de 1960 hasta hoy, con frecuentes
exposiciones temporales. La colección permanente (no siempre abierta) tiene
obras de Roy Lictenstein, Claes Oldenburg y Joseph Beuys. Tiene fama de ser uno
de los mejores lugares del mundo para ver arte minimalista y arte pop. Con
obras de Warhol, Lichtenstein y Segal. Es famoso también por su impresionante
colección de fotografía. En septiembre de 2016 y hasta enero de 2017, se puede
ver, por ejemplo, la exposición de fotografías, instalaciones y películas de
Fiona Tan. Entre las obras imprescindibles: Nos levantamos lentamente, donde
una pareja está a punto de besarse, una de las obras más conocidas de Roy
Lichtenstein.
Mirada múltiple
Museo d’Art Contemporani de Barcelona
(MACBA, España)
La gran colección del MACBA empieza en la capilla gótica del
Convent dels Àngels y continúa en el níveo edificio principal del otro lado de
la plaza con lo mejor del arte contemporáneo catalán, español e internacional.
En él han expuesto repetidas veces obras de Antoni Tàpies y Miquel Barceló,
entre muchos otros grandes artistas contemporáneos. El edificio que lo aloja es
obra del arquitecto norteamericano Richard Meier.
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